Lehendakari,
es el término por el
que se conoce al presidente del Gobierno
Vasco. Etimológicamente significa «quien ejerce de primero» y el estatuto de autonomía del País Vasco
denomina en castellano, indistintamente, «presidente» o «lendakari» a la cabeza
del poder ejecutivo de la comunidad autónoma. Su denominación oficial completa
es «presidente del Gobierno Vasco» y, en euskera, Eusko Jaurlaritzako
lehendakaria. El actual titular de este puesto es Iñigo Urkullu, del
Partido Nacionalista Vasco, PNV. La sede de la Presidencia del Gobierno Vasco y
oficina institucional del lendakari es la lehendakaritza (término en
euskera que significa «presidencia»). Se encuentra ubicada en Vitoria,
junto a su residencia oficial, el palacio de Ajuria Enea.
La vida de José Antonio se había extinguido para que comenzara la
de su recuerdo como símbolo, enseña, mito. José Antonio entraba en la
historia”. Con estas palabras concluyó hace 50 años Manuel Irujo su necrológica
sobre quien describió como su “mejor amigo”, el primer lehendakari vasco José
Antonio Aguirre, tras fallecer este de forma repentina el día 22 de marzo de
1960 al no superar una aguda crisis cardíaca. Irujo, el líder peneuvista
navarro, ex diputado a Cortes y ex ministro de la República, había sido una de
las personas más cercanas al presidente vasco y conocía a la perfección todos
sus gustos y manías. Por su amplia red de relaciones políticas sabía calibrar
muy bien no solo la importancia de Aguirre para la colectividad nacionalista,
sino también el impacto que había dejado entre todos los demócratas españoles
del exilio, así como entre tantos dirigentes internacionales con quien había
tratado.
E Irujo estaba en lo cierto. Entre las cuatro definiciones que da
el Diccionario de la Real Academia Española para la voz mito, destacan estas
dos: “Persona o cosa rodeada de extraordinaria estima” y “Persona o cosa a las
que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de
la que carecen”. Aguirre es, probablemente, la personalidad en la historia
contemporánea vasca a la que mejor se le pueden aplicar ambas definiciones,
aunque sin duda más la primera que la segunda.
Habrá personajes que encajarían en la última definición, como, por
ejemplo, el mismo Sabino Arana. Pero la “extraordinaria estima” que rodeaba a
Aguirre era, sin duda, mucho más amplia y políticamente polifacética que la que
generó el fundador del PNV. Además, hay otro elemento diferenciador que
caracteriza al primer lehendakari. Y es que la mayoría de las personalidades
que se convierten en mitos, lo hacen post mórtem.
En el caso de Aguirre, empero, la mitificación comenzó ya cuando
se encontraba en la cúspide de su carrera política. A ello no solo contribuyó
su fulminante y precoz carrera política: en 1931, con tan solo 27 años, fue
alcalde de Getxo y diputado a Cortes por Navarra y cinco años más tarde, pocos
meses después del inicio de la guerra y tras la aprobación del Estatuto vasco
por las Cortes republicanas, llegó a la presidencia del Gobierno vasco,
encabezando su primer Gobierno de coalición entre los nacionalistas y los
partidos del Frente Popular.
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*Exposición Filatelica. 24-26-VII-1985. Sestao. Bizkaia.
Jose A. Aguirre y Lecube. Primer Lehendakri de Euskadi. |
Pero el acontecimiento decisivo para su mitificación fue su famosa
odisea en la clandestinidad por la Alemania nazi, de la que solo pudo escapar
en circunstancias rocambolescas en el verano de 1941. Tuvo, por lo tanto, más
suerte que el presidente de la Generalitat Lluís Companys, quien fue detenido
por la Gestapo, entregado a las autoridades franquistas, condenado a muerte y
fusilado en los fosos del castillo de Montjuïc. Esta milagrosa escapada de
Aguirre le otorgó a los ojos de muchos de sus coetáneos una aureola de hombre
providencial, blindado y avalado por las esferas trascendentales.
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*Exposición Filatelica. 24-26-VII-1985. Sestao. Bizkaia.
Jose A. Aguirre y Lecube. Primer Lehendakri de Euskadi. |
Era, como escribía Cecilia G. de Guilarte, la anarquista vasca
militante y reportera de guerra, “el hombre del milagro”, que durante la guerra
y el exilio había logrado mantenerse al margen de las guerras fratricidas que
devoraban a los republicanos españoles: “Solo siendo hombre del milagro pudo
(…) mantener unidos a los vascos, unirlos mil veces más al amparo firme de un
Gobierno”.
Probablemente fue esta imagen de Aguirre la que en 1947 impulsó a
Diego Martínez Barrio, el presidente de la República española en el exilio, a
ofrecerle la jefatura del Gobierno republicano. Obviamente, Aguirre rechazó
este encargo, pero el mero hecho de que un destacado afiliado al partido
fundado por Sabino Arana figurase como principal candidato a dirigir el
Gobierno de la República española es lo suficientemente elocuente como para
transmitir una impresión de la enorme popularidad de la que gozaba Aguirre en
prácticamente todos los sectores de la democracia vasca y española. Y es que,
como también constataba Cecilia G. de Guilarte, su “huella” estaba “limpia de
etiquetas partidistas”.
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*Cartel de 1936 |
Cincuenta años después del fallecimiento del lehendakari Aguirre,
podemos observar la validez de uno de los elementos básicos de todos los mitos:
a saber, su carácter democrático y volátil. Un mito nunca suele estar
totalmente terminado y acabado pues se presta a la remodelación por parte de
los diferentes sectores de la sociedad, de diferentes intereses políticos y de
sucesivas generaciones.
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*Moneda del Gobierno Vasco de 2 Pesetas. de 1937 |
Cuando pierde esta característica de la “permanente reelaboración
de su narración” se desnaturaliza y se convierte en “dogma” (H. Münkler).
Claude Lévi-Strauss ha definido este mismo fenómeno con el concepto del
“bricolaje del mito” que -salvo en los regímenes totalitarios- es un proceso
abierto a la participación improvisadora y competidora de diferentes actores.
Este es, en cierta medida, el cometido al que se dedican con diferentes
iniciativas los integrantes de la Comisión Lehendakari Agirre 50 que reúne en
su seno a las instituciones vascas y otros integrantes de afinidades políticas
plurales. En el marco de estas actividades, el lehendakari Patxi López, el
sucesor de Aguirre en el cargo, inaugurará hoy, día 14 de octubre, en Bilbao
una gran exposición itinerante sobre El lehendakari Aguirre y sus Gobiernos.
Todo ello probablemente no sería noticia en otros lugares, pero en
la Euskadi del siglo XXI representa, sin duda, un fenómeno poco habitual que
merece una reflexión. Llama poderosamente la atención que un personaje
histórico como Aguirre pueda aglutinar prácticamente a todo el espectro
político empezando por la izquierda abertzale, cuyos seguidores exhibieron
fotos de Aguirre con las de otros “independentistas” como Ghandi, Simón Bolívar
o José Martí en la gran manifestación del Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca)
de este año, hasta los representantes del Partido Popular, aunque algunos de
sus concejales dieron a entender lo contrario, cuando cubrieron la estatua de
Aguirre en el centro de Bilbao con una bandera española para celebrar el
triunfo de La Roja en los mundiales del fútbol.
Esta imagen de cohesión no deja de sorprender en un país en el que
tan a menudo las trincheras y bloques han impedido el desarrollo de un debate
político sereno; un país que no sabe muy bien cómo se llama -si Euskadi, Euskal
Herria o las dos cosas-; que no es capaz de acordar una fiesta nacional
compartida; en el que algunos celebran con cohetes cada derrota de La Roja,
mientras que otros ven detrás de una reivindicación tan legítima como
políticamente inocua como es la de una selección nacional vasca de fútbol el
fantasma del separatismo.
El antropólogo y estudioso de las culturas pre-modernas Jan
Assmann ha subrayado que los mitos contribuyen a la formación de la memoria
colectiva y, a través de la misma, a la construcción identitária de los
colectivos políticos. La reelaboración de los mitos a menudo nos dice más sobre
las inquietudes y deseos de aquellos que participan en este cometido que de la
naturaleza del propio mito.
En este sentido, la actual multifacética entente cordial en torno
a la memoria del primer lehendakari obviamente no ha
eliminado las discrepancias de interpretación respecto a su actuación y su
legado.
Pero sí puede ser entendida como una potente señal enviada por una
sociedad que, a punto de superar la lacra del terrorismo, se prepara para
recuperar y fortalecer algunos de los principios y actitudes por los que es
conocido Aguirre: la defensa del autogobierno y de la cultura vascas; aprender
de los errores cometidos; sustituir la tentación del maximalismo dogmático por
un pragmatismo flexible y gradualista; priorizar la democracia como valor
supremo por encima de cualquier adscripción política e ideológica; y, sobre
todo, construir la nación vasca entre diferentes, sin frentismos ni
exclusiones. Aparentemente, en la Euskadi del siglo XXI, el mito de Aguirre
todavía tiene mucho recorrido.